viernes, 4 de octubre de 2013

Juego de libros en cada mesilla


En verdad que lo que quiero es que me quieras y quererte. Tú, a ti, quien seas. Que me cojas de la mano y me empujes pícara con la cadera, que con el rabillo del ojo me invites a amarte ante mi boca abierta y mi cara de deseo y me mires y tu silencio irradie afecto, y promesa cierta, y calor, y todo lo que no decimos por innecesario: Que tus labios no digan comprensión, ni sueño compartido, ni compromiso, ni ternura, ni aún menos deseo. En verdad que lo que quiero son tardes de paseo a campo abierto, a corazón henchido, a corazón resuelto, a nudo en la garganta y a lágrima feliz arremolinándose un instante que nunca  se consuma. Lo que quiero es tener la piel de gallina mientras nos reímos y que se me estomague la carcajada en un abismo franco. Que la luz te toque como sólo yo se ver y que entonces piense que soy el único hombre sobre la tierra, que gracias a ti soy, que pese a todo soy, por ti.  Yo sólo quiero que el agua nos cobije en nuestro abrazo de ducha, que no necesite hablar para que me entiendas, que me salves de mi mismo, de mi presente , de esta España triste, de este ser medio todo mientras tanto.  Yo sólo quiero tener que convencerte para que te levantes cada mañana, que no me hables hasta que pruebes el café, que solo me acaricies el pelo cuando me quedo absorto traspasando el vacío y que me digas ven, acurrúcate, que sea así mi himno tu latido y que seas tu la que piense que el mío sí que lo es. En verdad que lo que quiero es no pensar en nada y aún menos imaginar, sino ver, descubrir en esta labor de zapa que es la vida y hacerlo desde el olor de una casa que llamemos nuestra, donde siempre haya una luz encendida, un felpudo de bienvenida y un suelo de madera cuyo crujido solo hable de amor. Yo solo quiero caber donde hoy no quepo, tumbarme  contigo en ese hueco simétrico y solo eso.