viernes, 10 de mayo de 2013

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Ir. No ir. Estar triste sin motivo aparente. Tener fijadas  a hierro candente demasiadas deudas pendientes y supurantes. No entender el mundo desesperadamente. Haber perdido las motivaciones más sublimes mientras el espejo sólo devuelve niebla, grisura. Sentirte humanamente torpe, humanamente incompetente, humanamente tan hombre. Haber perdido el cerebro y ser incapaz de alcanzar el mínimo esfuerzo. Ir por ir, no siendo. Llegar  inevitablemente,  importándote todo un carajo. No ver el amor en ningún gesto evidente ni acallar inquietud alguna invariablemente. Sentirte incómodo ante la amabilidad de la gente, como si fuera inmerecida y por puro auto-acomplejamiento. Sentir que nada vale la pena ni aunque ella te sonría sus promesas generosas mientras te muestra su cadera y te dice ven con los hombros. Perder la capacidad de asombro y mostrarse indiferente. Estar cansado, preguntarse constantemente ¿para qué? ¿qué estoy haciendo? Dar cuerpo al agotamiento constante y enfermizamente. Enterrar lo que fuera una atracción por la indiferencia hacia una personalidad que cada vez te gusta menos, que te incomoda  hasta el extremo de que sólo quieres huir de ese encuentro sin más alternativa.  Sentir que agita aún más su egoísmo sin límite ni contención, sin consciencia incluso, sin más sin duda. Ser así de injusto siendo justo con uno mismo. Por suerte no estar solo aun a pesar de los esfuerzos de tus debilidades con denuedo. Mirar en derredor y verte rodeado de amigos que te quieren, que te sienten y se preocupan, que ven lo que tu no ves desde fuera teniendo la confianza retenida y que tu crees haber perdido sin embargo. Importan tan poco las palabras de desánimo cuando los amigos te tienen cogido y te hacen no pisar el suelo en volandas. Ir. No ir. No tener patria por no identificar nada válido. Por suerte mis amigos siempre están ahí, siempre, a pesar de mi, siempre su amor. Hoy todo me salva.