lunes, 10 de diciembre de 2012

Hoy


Es la lluvia la que cae acompasadamente hoy mojándonos a todos por igual . Pienso en cómo la muerte también todo lo iguala. En que lo básico para todo hombre no conoce distingos ni jerarquías. Pienso en cómo somos incapaces de gestionar nuestra convivencia pese al paso de los milenios y la totalidad de nuestros avances. Nos llamamos sociedad democrática pero no excluimos las desigualdades relacionadas directamente con la vida económica, donde la fortuna, contrariamente a lo que propugnamos es una fuente de influencia demoledora, donde los trabajadores son pésimamente protegidos de la explotación, donde el propio estado no facilita encontrar un empleo, y donde cada uno no puede hacer valer sus derechos, ni obtener de la sociedad la protección contra los riesgos de la vida, que son muchos. Llevo años escribiendo que la democracia ha fracasado, recuerdo que alguien me replicó desde la comodidad de su bonanza con pocos argumentos sólidos. Hemos vuelto a coincidir, la crisis no le ha tratado nada bien, me pedía consejo, pero yo ya no puedo ayudarle. Recordaba perfectamente el día en que me abordó impetuosamente más preocupado por impresionar a sus acompañantes  y a sí mismo que en darse cuenta de que la afirmación el saber no da dinero era una auténtica atrocidad. Por lo visto no sólo no le respondí sino que reconduje su enfrentamiento cuatro pasos antes y le hablé de educación y de cultura. No recuerdo absolutamente nada pero él dice que le quedó marcado que sutilmente le toreara dejándole los bolsillos llenos de dudas y que le hubiera desarmado sin siquiera haber sacado mi espada. Cree que ya es tarde pero para su sorpresa le contesté que no, que si ser bien educado cuesta el mismo esfuerzo que ser maleducado, él tiene tiempo de sobra, pero no sin esfuerzo, para recuperar lo que ahora echaba en falta. Y es que lo que realmente ha de preocuparnos de la crisis es la ausencia de valores éticos y morales ciertos y aprehensibles, pues esa es la causa real de todo lo que sostenemos y que no son sino antivalores sociales: el egoísmo,  el individualismo, el engaño, todo aquello que nos hace un poco más animales.
Sin embargo, abajo, ahora, en la calle, se oyen los silbatos acompasadamente. Desconozco la queja. Apenas suena insistentemente uno y el resto calla, no se escuchan consignas y aún menos a la policía, pero hay un runrún que adormece y que me hace intuir que de lo que se habla es de que seamos los de antes, cuando ya eso es imposible, pues solo nos queda el sueño y el deseo urgente del advenimiento de un hombre nuevo que nos salve.