miércoles, 19 de septiembre de 2012

Si no.


¿Qué nos queda si no la amistad y el amor? ¿qué más sino aspirar al equilibrio de nuestro círculo, de nuestros vecinos y conciudadanos? Es como barrer la puerta de tu propia casa, tu cachito, ¡ ah, si todos lo hiciéramos al tiempo ! Si acaso arrimáramos el hombro lo suficiente como para sentir como propio el dolor ajeno. Poder oír la queja ajena y rumorosa que se avergüenza de ver la luz, la propia pena desapacible que se enquista, la dolencia sinuosa y tililante que se arrastra y que no deja ni respirar de tanto como acapara, y tan humanamente. El dolor que no deja ver que no estamos solos en el camino, ni tampoco abandonados. La punzada aguda que hurta al descuido la posibilidad  de percibir nítidamente que nuestra suerte pende en vilo, planeando sobre nuestras decisiones, sobre todas aquéllas opciones que llegamos a asumir como actos propios tan torpemente, ¿qué nos queda si no los pactos sociales tras milenios de evolución? ¿qué más si no traer al presente el sentido común esculpido en el muro de la historia y desde el recodo más oscuro de nuestra propia supervivencia como especie ? Acaso no sintiéramos lo mismo con  los mismos estímulos, acaso no deseáramos las mismas cosas ni soñáramos los mismos sueños, acaso no sintiéramos tan intensamente el cálido guantazo del amor con tan poca originalidad desde  el comienzo de nuestro tiempo como especie, como hombres, como los voraces depredadores desconsolados que somos tan tristemente. ¿Qué nos queda si no mirar a los ojos de la muerte y asumir que esto no es sino puro tránsito, que pues estamos de paso, sólo podemos aspirar a dejar en la mejor de las comodidades a todos aquellos que serán nuestros heredados? ¿qué más sino intentar dejar en orden todos nuestros papeles sin causar más molestias que la de tener que recordarnos con amor, lástima, sentimiento de perdida, deuda o gratitud? ¡ ah, si tuviéramos esa suerte de ser conscientes de la propia realidad, haríamos nuestra también la ajena ! ¿Qué nos queda si no?, pues, si no, ¿qué nos queda?