viernes, 11 de noviembre de 2011

Lo que la mañana hiela

La niebla suena a piano  y a media voz alrededor de un brasero en el día en que volviste, también tú, como la lluvia. El frío es menos frío al calor del propio regreso a la memoria desde lo que uno ha venido a ser, quizás debería decir convenido, y también desde los días inciertos que desenfocan caras y tuercen los mínimos detalles de un recuerdo. Por lo tanto, decir todo aquello que mis brazos no cobijan no será hoy un acierto. Menos aún en el preciso momento en que Miles Davies trae desde sus labios Autumn leaves para contrarrestar tanta estupidez y la lástima que se siente cuando uno está cansado o sin expectativas. No es ese del todo mi caso hoy, he de reconocerlo, es sólo que ciertos estados físicos, orgánicos, tienen su propia memoria y al revivirlos, nos hacen revivir con ellos la primera vez que sentimos que eso que estaba pasando se debía algo muy concreto, tan concreto que queda fijado incluso como concepto, de ahí que no sea evitable no traerlos  a la memoria de la mano de esos estados de los que hablo. Estados sin gobierno alguno, por otro lado, ya lo he dicho y ahora me repito. La sola observación de uno mismo da para escribir demasiada vida, aunque no sé si útilmente, pues si uno es su propio objetivo y, aquí agradezco la virtud polisémica de muchas de nuestras palabras, cómo ser, sin embargo e irónicamente, objetivos.  No hay virtud en esto que digo, a más de ser testigo de la fragilidad de las ideas por el simple hecho de tener frío, pasar hambre, o recordar en un suspiro otro, así sean dos alientos bien distintos en el cuerpo y en el tiempo. Lo curioso de todo esto creo que es que, por imperfectos, vamos tendiendo hilos por nuestros propios laberintos y como todo asidero. A veces al encontrar un nudo creemos que ese tramo ya lo hemos recorrido, sin embargo siempre nos quedará la duda: ¿es este mi hilo? ¿ya lo he vivido?¿porque lo pienso lo revivo? ¿Por qué pienso me redimo? ¿vivo? ¿acaso vivo?