jueves, 22 de abril de 2010

Palabras palabra

Las palabras se precipitan sin precipicio ni prejuicio, pero sí precipitadamente. De las intenciones no hablará nadie, ni yo por supuesto, aquí tampoco. Hoy no es el día en que os exhortaré a alcanzar el nuevo Finisterre, en el que no os llamaré a voces ni a las calles en la exigencia que debemos hacer de nosotros mismos. No es hoy el día en que diré que hemos fracasado. No serán mis dedos los que tecleen nuevamente que están hartos de tanto y hasta de teclearlo. Cansado no es la palabra que me viene a la memoria para expresar lo que es un hecho cierto, pero que ya no me distrae o me embarga como lo hace la lluvia cuando lo hace y me embarga sin embargo ni rubor. A mí me trae otro ánimo a éste frente de líneas una y otra vez. Quizás sea hoy el olor que inesperadamente me ha salido al paso en la calle o, la luz, sí, la luz que de repente y desbordándose salpica las espaldas que, en el plano expuesto, acaso sean como velas tensadas por el viento que asoma justo hasta el límite de la tela, que es ya frontera de la libertad y en la perpendicular al suelo empedrado. Es el mismo suelo que piso rumiando frases o dejándome llevar simplemente por las ideas. Pero no sé si es eso. Tampoco usaré como excusa que yendo todo tan mal sea necesario hacer algo sí o sí, por la sencilla razón de que no haciendo nada nadie, no se puede esperar que las cosas cambien sino a peor, ya que lo que se abandona con el desdén del descuido, malamente podrá recuperar lo que fue con tanta atención en su momento. Quizás sea el aire tibiamente húmedo. No sé si ha sido el vuelo del abejaruco, que ha alcanzado velozmente los recuerdos de mi infancia como a una abeja desorientada, dejándome a mí, boquiabierto, siguiendo su vuelo hasta todo lo invisible que puede llegar a ser el infinito azul. Así he conseguido oler inesperadamente el calor de los caminos polvorientos, los robledales y pinares, los saltos de agua en la fuente de los helechales de tantos veranos piornalegos, salpicados precisamente de abejarucos. Quizás sea yo entonces, que me he cansado de estar cansado, de ver a tanta gente indiferente, de estar de agua hasta las rodillas, de ver una vía de agua sin que nadie ayude en el achique y que me hace decir esto que escribo en esta tarde. Hoy quería hablar del amor, del amor lejano e ignoto, del amor que no sabe a amor porque no tiene sabor. He de decir que no he sabido.